La prostitución relegada a la periferia

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De forma natural, aunque no por ello menos injusta, desde la creación de las grandes ciudades ha habido grupos de personas que se han mantenido en las afueras de las mismas. Como si llegar al centro fuera una osadía que nadie quería cometer, especialmente cuando vienes de fuera. Antes, cuando las ciudades tenían murallas que las protegía y solo había algunas puertas como acceso, mercaderes y extranjeros se hacinaban alrededor de esas puertas. Montaban incluso campamentos improvisados, desde los que trataban de acceder a la ciudad para comerciar, para ofrecer su trabajo… Con el crecimiento de las ciudades, la periferia cada vez se situó más y más lejos del centro, que solía corresponder a la plaza del mercado o de la Iglesia. La situación, urbanísticamente hablando, no ha cambiado mucho en estos siglos. Los barrios situados a las afueras siguen siendo, por norma general, refugio de los más desfavorecidos, cuando no se convierten directamente en guetos.

Los ayuntamientos de las ciudades lo saben bien, y lo avalan, de forma implícita o explícita. Mantener alejados del centro histórico y cultural a esas personas que no dan tan buena imagen, pero acoger con los brazos abiertos a los turistas que vienen a gastar el dinero. La gentrificación, el medio por el cual el centro de las ciudades se está llenando de pisos turísticos y hoteles, provoca que incluso los propios ciudadanos tengan que marcharse lejos. La periferia ya no es solo para los menos pudientes, sino para cualquiera que no pueda pagarse un alquiler de lujo cerca del centro. Familias numerosas y trabajadoras, jóvenes que tratan de independizarse… y también prostitutas, que se han visto obligadas a alejarse de las zonas concurridas. La mayoría de países y ciudades tienen leyes que, de uno u otro modo, persiguen la prostitución en los entornos urbanos más importantes. Eso sí, cuando las trabajadoras sexuales terminan en la zona de la periferia, donde no se las ve ni son una molestia, se las deja a su aire. Esto ha provocado que las chicas suelan tener que salir a los barrios más alejados del centro, y también más peligrosos, para poder trabajar.

Un problema histórico en muchas ciudades

No hace falta tener conocimientos de urbanismo público para entender que el precio de los pisos o casas en una ciudad irá decreciendo conforme nos alejemos del centro. Esto tiene algunas excepciones, como las urbanizaciones privadas a las afueras de la ciudad, que suelen ser muy caras y exclusivas. Pero por norma general, vivir cerca del centro, de todos los comercios y facilidades, siempre ha costado mucho más. En esta época, de hecho, se está dando el fenómeno de la gentrificación, apartando a los ciudadanos comunes del centro de las ciudades para cambiarlos por turistas. Muchos lo hacen por pura necesidad, al no poder pagar los inmensos precios de esa zona. Otros se van encantados para evitar la contaminación, la suciedad y el alboroto de esa parte de la ciudad.

El problema que desde siempre han tenido las clases más bajas y menos pudientes se está transmitiendo ahora a prácticamente cualquier persona de clase trabajadora. En ciudades enormes, como Buenos Aires, Madrid o París, es imposible encontrar un alojamiento relativamente cerca del centro y con un precio razonable. Esto hace que el uso del coche o el transporte público se haga imprescindible, con todo lo que eso conlleva. Más contaminación, atascos, problemas para aparcar… Mucha tensión y estrés para poder llegar al trabajo, por ejemplo, en una hora, a pesar de estar solo a unos pocos kilómetros. El problema de enviar a todo el mundo a la periferia, donde los precios son más bajos, no es solo económico, sino también social. Los guetos de las ciudades europeas lo demuestran, concentrando a buena parte de la población extranjera.

Las prostitutas, mejor lejos del centro

A todo esto hay que unir también al sector de las trabajadoras sexuales. Las prostitutas han ido realizando sus servicios en cualquier zona de las ciudades desde tiempos inmemoriales, pero es cierto que su presencia casi nunca ha sido bien recibida. Al menos de cara al resto de la sociedad, que las estigmatizaba por su trabajo. En las guerras, una corte de meretrices acompañaba a los ejércitos y se ubicaba a las afueras de los fuertes o campamentos. Lo mismo ocurría en la Revolución Industrial, cuando las ciudades volvieron a poblarse, y las chicas trabajaban a las afueras. Para muchos, por desgracia, la prostitución sigue siendo un problema. Uno que parece no tener fin, y que al menos, se puede desviar hacia las afueras, donde no molesta tanto. Como suele decirse, ojos que no ven, corazón que no siente. Y así estas mujeres se han visto obligadas a llevar a cabo su trabajo en la periferia, el único sitio donde además pueden vivir, por sus escasos recursos económicos.

La expulsión a la periferia

Allí donde no hay una ley real y concreta que persiga la prostitución, muchos países sí que permiten a los ayuntamientos de las ciudades crear sus propias leyes municipales para tal fin. De esta manera, hay ciudades que han decidido expulsar a las prostitutas de sus calles más céntricas, que es donde más trabajo conseguían, a través de diversas normativas. Las persiguen en ciertas zonas, pero al llegar a otras, las fuerzas del orden son mucho más flexibles. Esto se da simplemente porque saben que no van a acabar con el problema, y solo quieren barrerlo debajo de la alfombra. En este caso, la zona de debajo sería la periferia, allí donde los problemas son tan habituales que la prostitución no deja de ser uno más que agregar a la lista. Las mujeres que quieran seguir ejerciendo deberán adaptarse a esta nueva situación.

Persecución y marginación

¿Por qué no ocurre esto con otros trabajos y otros oficios? La respuesta es clara: la prostitución se sigue viendo como algo sucio y depravado, algo que hay que perseguir y eliminar. Muchos lo intentan, y de hecho hay multitud de países que se regodean en acabar con esta lacra, ya que para ellos este trabajo es tal cosa. Sin embargo, la prostitución ha sobrevivido miles de años en contextos mucho más complejos que el actual. Los mismos abolicionistas saben que es casi imposible hacerla desaparecer, así que al menos la van a perseguir y marginar cuanto puedan. Enviarla lejos de sus miradas inquisitivas, allí donde no molesten. Sacarlas a la periferia, que es donde deberían estar, según este pensamiento simplista y cerrado.

Si la periferia supone actualmente un espacio de marginación social y exclusión, la llegada de las prostitutas a esta zona no es más que un canto alegórico a nuestro tiempo. Ser mujer sigue siendo complejo en los tiempos que corren, y más aún, si eres prostituta. En muchos países, además, las muchachas que se dedican a estos servicios suelen ser extranjeras, por lo que la triple marginación está servida. La hipocresía de muchos gobernantes les lleva a apoyar a los más débiles, pero a la vez apartarlos para que vivan en sus propios barrios, lejos de los demás ciudadanos. Es una forma de discriminación más que evidente, pero tan asumida hoy en día que ya ni siquiera nos alarma.  Y así, las prostitutas terminan trabajando en los barrios periféricos, donde las dejan, siendo de nuevo olvidadas y señaladas.